Como continuación a la introducción sobre las experiencias lingüísticas que he tenido durante casi dos años residiendo en Colombia, a continuación voy a exponer a modo de artículo anecdótico, es decir, sin ningún tipo de intención didáctica ni sistemática, los fenómenos fonéticos que más me han llamado la atención. Antes de nada, creo necesario resaltar que la mayoría de los comentarios que vierto a continuación hacen referencia al español hablado en Bogotá, ciudad donde he pasado la mayor parte de mi estancia y que cuando no sea así especificaré el lugar al que hago referencia. Así que vamos a ello.
Cómo hablan los colombianos (principalmente de Bogotá)
La verdad es que antes de llegar a Bogotá me esperaba encontrar más diferencias de pronunciación con el español ibérico y concretamente con el centropeninsular, zona de donde provengo. El motivo: mi profunda ignorancia de Colombia y sus gentes. Como ya dije en el anterior artículo, hasta que no llegué a Bogotá y pasó un tiempo prudencial —digamos, después de tres o cuatro meses— no aprendí las características más llamativas del español hablado —no digamos ya del escrito— de este país sudamericano. En mis viajes anteriores había conocido argentinos, uruguayos, mexicanos, cubanos, pero nunca tuve la ocasión de conocer colombianos y, por tanto, tampoco de oírles hablar. De modo que cuando llegué, procuré curar mi profunda ignorancia prestando siempre atención a todo tipo de conversaciones y viendo programas de televisión con cierta intención analítica. Y es que sobre todo gracias a la televisión y, concretamente a los programas informativos, pude conocer más de cerca no sólo la pronunciación «estándar» del colombiano, sino los acentos y modos de expresión de otros países sudamericanos como Venezuela, Perú, Ecuador y Bolivia. Pues en los telediarios colombianos las noticias de países latinoamericanos son más abundantes que las que suelen retransmitir en España. Así, poco a poco, me empecé a dar cuenta de que aunque en toda Colombia existen diversos dialectos y pronunciaciones, el español hablado en su capital, Bogotá, resulta bastante comprensible. Diría que la dificultad para comprender a un colombiano sólo se producía en conversaciones entre gente joven, quienes no sólo emplean una terminología (casi diría argot) propia, sino que también articulan de un modo particular. Los chicos suelen arrastrar mucho las eses y muestran una tesitura baja, tirando a grave o muy grave (como la de un bajo o un barítono de canto clásico), y las chicas tienden a alargar ciertas vocales durante el discurso.
En general, el acento bogotano es muy limpio y fácil de entender para un español. Prácticamente la característica más representativa es que se pronuncia con una musicalidad propia que en el español de España no existe. Y con musicalidad me refiero a la gran variación de tonos que se producen al articular. De hecho yo siempre he tenido la sensación de que los españoles, con algunas excepciones como, entre otros, los que provienen del tercio sur de la península, hablamos de manera muy monótona. Esta musicalidad al hablar es un fenómeno presente en toda América Latina, por lo que al oír hablar a un boliviano, peruano o ecuatoriano lo primero que nos llama la atención es la musicalidad con la que articula; no digamos si el interlocutor es del Caribe, como lo sería un venezolano, un colombiano de la costa atlántica (llamados costeños) o un cubano.
A nivel de pronunciación, el español hablado en Bogotá es —con algunas pocas excepciones— muy similar al hablado en España. Entre esas excepciones destacaría dos (hay muchas más, sobre todo si se tiene en cuenta todo el territorio nacional colombiano, muy rico en matices fonéticos): el fenómeno del seseo, por lo demás extendido en toda América Latina, y la suavización de la j hasta convertirla en una h aspirada. Así, por ejemplo la palabra trabajo se pronuncia más o menos como trabaho (aspirando la h como la palabra inglesa home), la palabra coger (que no tiene el significado de tener relaciones sexuales como en Argentina, sino el de tomar, aferrar) se pronuncia coher y el nombre propio Jorge se pronuncia Horhe. La j pronunciada a la española resulta tan fuerte que es incluso motivo de mofa. Tengo un amigo que cuando intenta imitar la pronunciación de un español hace siempre especial hincapié en esta consonante.
Además de estos fenómenos mencionados me gustaría resaltar dos que para los propios esquemas fonéticos del español hablado en Colombia, concretamente el de Bogotá, representan una excepción curiosa. Se trata de la pronunciación de las siguientes palabras: halar y cónyuge.
En Colombia la consonante h es muda y por lo tanto no se pronuncia, al igual que ocurre en la Península Ibérica. Sin embargo, en la palabra halar, que significa tirar hacia sí de algo, por ejemplo de una puerta para abrirla, se pronuncia claramente aspirada. He preguntado a amigos y familiares de mi pareja y nadie ha sabido darme una respuesta de por qué esta excepción. No esperaba otra cosa porque entiendo que para este tipo de situaciones lingüísticas hay que tener conocimientos avanzados. Buscando la etimología de halar, según el DRAE proviene de la palabra francesa haler, en la que tampoco se pronuncia la h inicial, lo que termina por desorientarme aún más, ya que muchas veces la explicación viene dada por el origen del fenómeno. Continuando con la investigación encuentro que el mismo DRAE contempla la forma más cercana a esta pronunciación con el lema jalar, haciendo hincapié, eso sí, en que se trata de un coloquialismo. Jalar es una clara adaptación fiel de la pronunciación de halar.
Cónyuge ha representado desde que la oí por primera vez quizá el misterio fonético más interesante de todos. La oía pronunciar cónyugue en la televisión, se la oía decir así a mi pareja, a amigos, a gente anónima por la calle, hasta que hubo un momento en el que llegué a pensar que era yo el que estaba equivocado. Al parecer, se trata de una pronunciación muy extendida no sólo en Colombia sino en toda América Latina y que se explica simple y llanamente en que es más fácil de pronunciar cónyugue que cónyuge. En España no tenemos tanto problema para reproducir el sonido fricativo velar sordo [x], muy probablemente por influencia del árabe, por lo que se entiende que este caso de suavización injustificada no se dé en la Península Ibérica.
El español que se habla en Colombia, concretamente el de Bogotá, es, en cualquier caso, nítido, preciso y resulta muy cuidado a todos los niveles, desde en conversaciones informales de la gente de a pie hasta en las intervenciones más serias y solemnes de personajes públicos importantes como las que se retransmiten a través de la radio o la televisión (para empezar, no tienen problemas de leísmo, laísmo y loísmo). Además, las variaciones de entonación, es decir, su musicalidad, lo hacen muy grato al oído. Así que por todos estos motivos, si algún amigo mío extranjero me preguntara qué país de América Latina le recomendaría para aprender español (alguno ya lo hizo en el pasado cuando vivía en Alemania y no supe muy bien cómo responderle), no dudaría en sugerirle Colombia como la primera alternativa.
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